miércoles, 29 de marzo de 2017
Adelantados y acomodados
viernes, 24 de marzo de 2017
Palabras en la presentación del libro "Ahora es tu turno, Miguel"
15 de marzo de 2017
*Investigadora del ICIC Juan Marinello. Tomado de su página en Facebook .
jueves, 23 de marzo de 2017
Urgencias
La pérdida de profesionales en el sector estatal es una realidad que nos ha acompañado invariablemente en los últimos cinco lustros. Año tras año vemos cientos de profesionales migrar hacia el sector privado o el exterior.
Sin embargo, nuevas variables pueden estar agravando el asunto. La política migratoria facilitó a los profesionales cubanos buscar suerte en otros países, mientras que el dinamismo del turismo en los últimos dos años ha hecho más fácil encontrar empleo y buenos ingresos en el sector privado.
Y no es lo mismo un problema de 5 años, que uno de 25. El paso del tiempo ha afianzado la percepción entre una parte no despreciable de la población (y especialmente en los jóvenes) de que no se puede seguir esperando a que lleguen los cambios necesarios: vida hay una sola.
Aunque no existen estadísticas que lo muestren, se puede estar llegando al punto en que no basta con los especialistas que se gradúan para suplir los que se van. Profesionales que con mucho esfuerzo y recursos son capacitados en áreas clave, tienen un tiempo de vida y contribución en el sector estatal cada vez menor.
Hay mucho en juego cuando hablamos de la permanencia de los profesionales en el sector estatal. Una de las principales inversiones de la Revolución (su capital humano) se está malogrando, o peor, se está "exportando" sin recibir nada a cambio.
El sector estatal, que es el que regula la economía, el que debe impulsar la vida política del país, el que debe acometer los cambios económicos, el que tiene en sus manos los sectores estratégicos, el que gestiona los servicios sociales conquistados, corre el riesgo de no poder cumplir con estas funciones porque son muy pocos los profesionales con que cuenta o porque ya no están los más capacitados. Y la búsqueda de soluciones a problemas como los nuestros no puede asumirse con profesionales de segunda o tercera línea.
Lo preocupante es que de tanto traer y llevar el tema nos hemos acostumbrado a verlo como algo muy grave, pero que no depende de nadie: "habrá que esperar a que la economía crezca, a tiempos mejores".
Aunque hay factores subjetivos y organizativos que pesan sobre estos fenómenos, es el bajo nivel de los salarios estatales la principal razón. Con frecuencia se ha insistido en que los salarios no pueden crecer hasta tanto no crezca la productividad del trabajo. Sin embargo, ¿cuánto tendría que crecer la productividad para restablecer el nivel de los salarios?
Para, por ejemplo, multiplicar por tres el salario medio mensual (de manera que sobrepase los 2.000 pesos cubanos* u 80 CUC), la productividad del trabajo tendría que triplicarse también. A una tasa de crecimiento anual de 8,0% (similar a la difícilmente imitable de China en sus años de mayor dinamismo) la productividad tardaría en triplicarse en Cuba casi 15 años.
Por tanto, en términos prácticos, la solución al problema no puede provenir únicamente del incremento de la productividad. Es necesario y preciso estudiar otras soluciones organizativas y distributivas. No siempre se puede esperar a soluciones ideales.
Es posible, por ejemplo, agilizar los cambios anunciados que inciden en la optimización de la fuerza laboral estatal: reducción de plantillas infladas de conjunto con el impulso al sector mixto, cooperativo y privado en sectores no considerados como "medios de producción fundamentales". Una reducción de las plantillas infladas permite distribuir entre un grupo menor de trabajadores (y de una forma más justa) la misma masa salarial.
En el orden de las trasformaciones pendientes, también es preciso acelerar las acciones que permitan eliminar innecesarias erogaciones del Estado en servicios sociales. No se trata de reducir estos servicios, sino de sustituir subsidios y gratuidades innecesarias por incrementos salariales. En términos de la economía política, estamos hablando de lograr un mejor balance entre la distribución con arreglo al trabajo y los fondos sociales de consumo.
Un ordenamiento de las regulaciones del sector privado, incluyendo una revisión de la política tributaria (que actualmente genera incentivos perversos), podría ayudar a reducir los altos niveles de evasión fiscal y, con ello, incrementar los recursos con que cuenta el Estado para pagar salarios en el sector presupuestado.
En el muy corto plazo, se podrían adelantar incrementos salariales representativos en sectores pequeños (y por tanto poco costosos para el Estado), pero de mucha incidencia en el desarrollo económico, político y social del país. Pienso, por ejemplo, en nuestros doctores en ciencias, los profesionales de los centros clave del polo científico, los periodistas, los científicos a cargo del diseño e implementación de las principales reformas económicas y políticas, entre otros.
Seguramente habrá otras y mejores soluciones, que pueden partir del intercambio y el análisis especializado. Listo algunas para advertir que no dependen únicamente de incrementos productivos.
Solo a partir de que el salario restablezca sus funciones básicas será posible aspirar a que en el Socialismo confluyan los intereses individuales, colectivos y sociales. Mientras, el sector privado y el capitalismo no solo crecen, sino que comienzan a verse para muchos (a falta de alternativas palpables) como la única opción posible para alcanzar sus proyectos personales.
Es demasiado lo que se juega. Necesario es actuar cuanto antes.
*Según la Oficina Nacional de Estadísticas e Información en 2015 el salario medio mensual era de 687 pesos cubanos. Si se lograra triplicar, alcanzaría los 2.061 pesos cubanos. Suponemos adicionalmente que los precios no crecen. Con el crecimiento de los precios (inflación), al cabo de 15 años esos 2.061 pesos cubanos tendrían mucho menor poder adquisitivo que hoy.
jueves, 9 de marzo de 2017
De Oráculos, la cabeza y el estómago
Ser o no ser, esa no es la cuestión
No es lo mismo ser contrarrevolucionario que no revolucionario.
El apoyo masivo a la Revolución es una circunstancia asociada al entusiasmo inicial por un proyecto que transformó radicalmente una sociedad torcida y corrupta. A ello se sumó la capacidad movilizadora de liderazgos irrepetibles como los de Fidel y el Che.
Sin embargo, ya no son esos tiempos. Después de años de desgaste producto del enfrentamiento a agresiones externas y los errores propios, muchos cubanos viven su vida sin una conexión directa con el proyecto social. Otros quieren lo mejor para Cuba y, sin embargo, no comparten completamente el rumbo seguido o por seguir.
Siempre he reclamado el derecho a ser revolucionario, porque a veces pareciera que "no se usa" serlo, pero siento el deber de respetar a los que no lo son, no solo por derecho (somos parte del mismo país), sino porque no se puede negar su capacidad de aportar.
¿Por qué debemos negar la posibilidad de participar a quienes no tienen una actitud militante? O, ¿por qué debemos negar la participación a quienes militan o debaten desde posiciones diferentes? Unos y otros pueden ser no revolucionarios, pero no tienen por qué ser contrarios al proyecto. Los límites son claros, para aquellos que niegan la posibilidad de la Revolución a existir en contubernio con intereses anexionistas.
¿No es acaso la tarea primera de los revolucionarios enamorar, sumar y hacer parte al resto? ¿No es eso los que nos enseñaron nuestra historia y nuestros íconos? Ninguna idea será suficientemente revolucionaria si se defiende negando el derecho de otras ideas a existir. Lo revolucionario implica también humildad y capacidad para dudar sobre lo propio en que se cree.
Sería ingenuo suponer que muchas formas de pensamiento alternativas son espontáneas. Está suficientemente documentada la labor del gobierno norteamericano y otros occidentales por subvertir el Socialismo en Cuba construyendo plataformas artificiales de pensamiento.
Pero sería irresponsable suponer que toda idea que no comparta las medidas o rumbos que toma el gobierno cubano tiene un proyecto de subversión atrás. No todo es capitalismo camuflado de tercera vía; hay ideas diferentes que pueden ser auténticas. En definitiva, nadie tiene la verdad sobre un Socialismo que está por construir.
Tampoco es serio suponer que todo dinero extranjero tiene fines anexionistas. Pregúntese, por ejemplo, de donde sale el financiamiento de muchos de los proyectos académicos de nuestras universidades, incluso en el campo de las ciencias sociales. ¿Les llamaremos también contrarrevolucionarios o pro-imperialistas?
La principal conquista de la Revolución no es la educación y la salud, no son nuestros médicos internacionalistas, no son los bailarines, escritores, pintores o cineastas de fama mundial, no son las medallas olímpicas. Esas son conquistas importantes, trascendentales, pero reversibles. La principal conquista y fuerza capaz de reproducir la Revolución es un pueblo que sabe pensar por cabeza propia y con un sentido distinto de la ética.
No podemos seguir discutiendo en las redes como si la gente necesitara manuales para saber dónde está lo bueno y lo malo. La lucha ideológica no es algo tan simple. Los cubanos saben lo que deben saber. No lo sabe cada uno por separado, lo sabe esa construcción invisible (más invisible y poderosa que la mano invisible del mercado) que es la conciencia social.
Y si dañino es asumir como contrarrevolucionaria toda actitud o idea no revolucionaria, dañino es que se pretenda asumir como revolucionaria aquella actitud que no admite crítica alguna, que solo ve la Revolución como una cuestión a defender del malecón hacia afuera.
Es un deber de los revolucionarios defender al proyecto de las agresiones externas y la burda, incisiva y poderosa tergiversación mediática, pero no es el único deber. Cuando se hace eso y a la vez se niegan o solapan los errores propios, se está militando a favor de los que no quieren que Cuba avance (aunque no sea la intención).
La mejor y más militante manera de ayudar al gobierno que representa el proyecto de la Revolución no es justificando cada medida, sino alertando y debatiendo, especialmente sobre lo fallido o lo que queda por hacer. A los ojos de los jóvenes que se asoman a sus primeras motivaciones políticas serán verdaderamente creíbles los revolucionarios que, como el Che, son tan duros con el imperialismo como con las insuficiencias propias.
Precisamente, en la estratégica tarea de movilizar a los no revolucionarios a favor del Socialismo, uno de los grandes retos es mostrar que la excesiva centralización, la aversión al pensamiento diferente, la acrítica justificación de todo lo que se hace, la creencia de que la rebeldía internacional da derecho a incomprender la rebeldía interna, son expresiones de una manera de interpretar el Socialismo y el ser revolucionario que niega sus esencias. El Socialismo es otra cosa, con la que es posible y necesario poner a soñar a los jóvenes. Nuestra historia es testigo.
La gente por la que vale la pena una Revolución, los humildes, los hombres y mujeres que viven muy modestamente o muy por debajo de lo que merecen, los que lo hacen sin renunciar al proyecto revolucionario, los que perdieron o disminuyeron su fe pero siguen trabajando honradamente, los que edifican familias y valores, los que no tienen tiempo para estos debates, merecen un diálogo no excluyente, una visión más aterrizada y menos modélica del presente y del futuro.
Más que dialogo, esa gente merece avanzar. Merece que no se olvide lo que costó llegar aquí y el valor histórico y simbólico del istmo de 1959, pero merece también que el proyecto social se parezca a los jóvenes que lo habitan y hacen posible; que comulgue con el proyecto individual de cada cual; que sea de avanzada y transgresor en la ideología, la democracia, la ciencia, la tecnología, la comunicación, el arte; que entienda la urgencia de hacer para ayer los cambios que todos aprobamos (y más); que pida compromiso (más que nada con el pueblo y la verdad); que no deje de ser hereje y, por tanto, de valorar la herejía.
Y ese avance, ese proyecto social que necesitamos, será muy difícil de alcanzar si esperamos que sea obra únicamente de los no revolucionarios, de los revolucionarios del tipo A o de los revolucionarios del tipo B o del C. Debe ser una construcción de todos.
Ser o no ser, definitivamente, no es la cuestión.