Por Fernando Luis Rojas
Quizás mucha gente esté buscando
reacciones emotivas, ecos líricos, frases contundentes que compartir, fotos
conmovedoras, poemas rimados, consignas definidoras… Es y será así, imagino,
durante un buen tiempo. Es una reacción lógica de muchos cubanos ante los
acontecimientos de los últimos días. Que el país ha girado en torno a esto –y lo
digo incluyendo a aquellos que existen no en el espacio físico del Estado-nación,
sino en su imaginario– es una realidad perceptible. Que las reacciones de
respeto en Cuba (ahora sí geográficamente hablando) han sido masivas –no totales,
pero si mayoritarias– creo que también.
Afirmar lo contrario no me parece
serio. Incluso, si queremos ponernos pedantes tendríamos que hacer ejercicios
complejísimos: determinemos la cantidad de cubanos residentes en el exterior;
tratemos de identificar las actitudes de ellos ante los hechos (festejos por la
muerte de Fidel, crítica a su labor, exaltación de sus aportes y significado,
indiferencia); tendríamos luego que hurgar en cuestiones más psicológicas,
¿quién actúa por reflejo? ¿quién lo hace sin la más remota idea de lo que pasa
en la isla? ¿quién por presión social? Hagamos lo mismo con los residentes
permanentes en Cuba, un ejercicio similar.[i]
Finalmente, sumemos. Me atrevo a especular que seguirían siendo mayoría (y creo
que amplia) aquellos que asumieron con dolor y respeto el fallecimiento de
Fidel Castro. Las redes sociales son “un” país, “un” mundo; pero no “el” país, “el”
mundo.
Al mismo tiempo, un sector de la
intelectualidad residente fuera de Cuba –sin consagrarse a la bravuconería y sin utilizar un lenguaje ofensivo– ha iniciado
un análisis del fenómeno y sus implicaciones futuras. En Cuba tímidamente ha
ocurrido. Sinceramente, no creo que le corresponda a la dirección del gobierno
o del partido hacerlo; a ellos toca –si hablamos en materia de una propaganda
política consecuente– canalizar el sentimiento popular y ofrecer un mensaje de
seguridad y unidad para el futuro.
Como las posiciones “emocionales”
de los autores de A mano y sin permiso
se expresaron en el editorial Fidel
y el sueño de lo posible y el artículo Un
Fidel muy íntimo, este último ampliamente replicado; quisiéramos
aventurarnos con un aporte para ir desnaturalizando esa carencia que
mencionamos antes.
Dos países: el de los “corderos” y el de los “iluminados”
Yo, que soy enemigo del “ciberchancleteo”,
que no bloqueo a nadie en Facebook, me “metí” en par de ocasiones a “medir el
aceite” de quienes festejaban en Miami la muerte de Fidel y argumentaban su
alegría. Al final, como una advertencia para no cometer el error dos veces,
tuve que abandonar el intento ante la frase de alguien a quien ni conozco “¿y por qué nos piden a la gente en Miami
que les recarguen los celulares?”. Como lo veo, o no tiene familia en Cuba;
o no es familia de su familia, ni amigo de sus amigos. Utilizar un argumento
como ese es simplificar procesos y desnaturalizar relaciones en nombre de la
filiación política individual.
Siempre he pensado –y lo he dicho–
que nuestras instituciones educativas han potenciado una lectura muchas veces
inmovilista del pasado y que eso, es un lastre para el desarrollo de la
revolución, para el avance del país, para romper asideros mentales retrógrados.
Lo mantengo, pero debo agregar que la reacción de muchos cubanos (en este caso,
sí principalmente residentes en el exterior), ha presentado el problema en toda
su complejidad. En mi criterio, quizás potenciado por las modificaciones de la
ley migratoria, el restablecimiento de relaciones con los Estados Unidos y el
pragmatismo de Raúl en materia de política interior; el centro de ese
inmovilismo mental como rémora para construir un futuro en que quepan la
mayoría de los cubanos, se ha trasladado a Miami.
Soy enemigo de los esencialismos,
porque al final, las principales contradicciones no se expresan en los antagónicos,
sino en el espectro entre ellos. Pero, ¿cómo puedo articular proyectos con
personas y grupos que se consideran “iluminados”, y por tanto, superiores en la
comprensión de su país? ¿Cómo se puede construir un país “para todos” –o casi
todos, porque lo otro es una utopía– si ya existe una posición de poder?,
construida sobre el siguiente análisis: si hablas del impacto que constituye la
muerte de Fidel, si expresas consternación o duelo, hay dos variantes, 1. “Eres
un servidor del gobierno comunista” o 2. “Estás tan metido en el sistema de
dominación que no eres capaz de percibir la realidad”. En ambos casos,
corresponde a “nosotros”, los iluminados, enseñarte qué es la democracia, qué
es la libertad, cómo se construye un país. Si eso no es una relación de poder,
no entiendo nada.
Como soy un animal político,
todos lo somos de una forma u otra, he sacado cosas en claro de esto. Pase lo
que pase en Cuba, tenga cualquier derivación futura el proyecto de país, hay un
amplio sector al que no puedo identificar como fórmula programática para la
construcción de ese mañana. No sé si se han percatado, o se dejaron llevar “por
la emoción”, pero en muchos casos el discurso de “luchar por un cambio de régimen para beneficiar a los cubanos
residentes en la isla” se deconstruye completamente cuando me tratas como
inferior. De ahí a una dictadura no va
nada.
Uno de los lugares comunes, en un
esfuerzo por “intelectualizar” esa certeza de superioridad, ha sido la alusión
al Síndrome de Estocolmo. Las
primeras referencias fueron hechas por personas que han tenido una relación
teórica con el término; después, el uso ha explotado. Yo no soy un especialista,
pero viendo el estado de cosas creo que su empleo en los primeros momentos como
imagen simbólica para defender una posición resultó interesante, pero la
reiteración vacía de contenido ha venido a convertir su simbolismo en
esnobismo. En cualquier caso, algunos autores cuestionan el propio punto de
partida del término refiriéndose al acontecimiento que le dio origen. Dejo este
asunto aquí, por ahora.
Fusión y separación de campos
Hay otro asunto de interés en
cómo se han dado las reacciones. Tiene que ver con su propio contenido. Uno de
los grandes problemas que atenazan a quienes seguimos defendiendo el potencial
del proyecto cubano, está relacionado con la identidad construida entre
Revolución y Fidel. Esa identidad tiene un fundamento, y es el papel
protagónico que ha jugado el líder en todo el proceso. Tan es así, que los
críticos más lúcidos reconocen el elemento liberador y de cambio en que se
erigió el triunfo de 1959; y se concentran en los posteriores derroteros.
Sin embargo, el sector más
extremista, el que celebró fiestas en Miami, no reconoce ruptura alguna. Toma
como punto de partida las primeras medidas revolucionarias: la ley de reforma agraria,
la reforma urbana y el proceso de nacionalizaciones; ergo, se descalifican esas medidas por los impactos que tuvieron; ergo, el problema no es Fidel, es la
Revolución que triunfó en 1959 (disculpen esta reducción que llevaría un
comentario más amplio de la dinámica); ergo,
la aspiración, el deseo frustrado –pero latente– es desmontar desde el inicio. El
problema es que esa posición no entraría en abierta contradicción solo con los
militantes del partido comunista; en medio de las insatisfacciones y críticas,
cualquier transformación en Cuba para la mayoría de sus habitantes debe tener
como base la preservación de lo alcanzado.
En medio de emociones tan
diversas, el día en que culmina el duelo oficial decretado por el gobierno
cubano, puedo dedicar un cotidiano y popular “descansa en paz”. Lo hago porque la frase repetida por millones en
los actos públicos y la calle “Yo soy
Fidel”, la asumí buen tiempo atrás.
[i]
Aclaro que esta división es
metodológica, porque al final ni la emigración cubana ha tenido una actitud
uniforme, ni los residentes en el país la tienen. No quiero sumarme a las
prácticas simplistas de “aquí” y “allá”.
Me parece un buen texto, analitico, sincero e inteligente, algo que acotumbra a faltar en muchos comentrarios que he leido por estos dias. Me apena muchisimo ver "cegueras" y "ciegos" llenando de trazos (en el mejor de los casos- no siempre- hasta con errores imperdonables de ortografia) cargados de "euforia irracional" los discursos en las redes.
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