lunes, 22 de febrero de 2016

¿Somos de izquierda?

Por Carlitos

Hace poco me preguntó un amigo si creía que seguíamos siendo un país de izquierdas. Y aunque hemos cambiado mucho, se han creado diferencias y se han jerarquizado patrones de consumo que no deseamos, creo que sí, que seguimos teniendo una izquierda amplia, si bien mucho más diversa.

Un país donde Silvio Rodríguez sigue siendo un ícono musical y espiritual para muchos, donde un grupo como Buena Fe puede convocar las sensibilidades de varias generaciones y llenar el Karl Marx, la escalinata universitaria o hasta la mismísima plaza de la Revolución, sólo puede ser de izquierdas.

Un país donde la gente hace una fiesta de la Feria del Libro y del Festival de Cine Latinoamericano (con un discurso lejano del happy end hollywoodense), donde los cineastas más reconocidos se reúnen para reclamar que sus demandas se canalicen dentro de las instituciones, sólo puede ser de izquierdas.

Un país donde una buena parte del ciberdebate o del discurso de nuestros académicos, músicos, realizadores audiovisuales, artistas de la plástica gira en torno a cómo hacer más eficiente la política o más participativa y justa la sociedad, cuya blogosfera tiene entre los sitios de más visitas a La Joven Cuba, un blog no oficial con una clara inclinación de apoyo al proyecto de la Revolución, sólo puede ser de izquierdas.

Un país donde hay un culto al prestigio intelectual o laboral, donde podríamos sacar la cuenta (al revés) no de los que se van sino de los que están aquí y hacen mil inventos con tal de preservar el privilegio de realizarse como buenos profesionales (son menos pero aún son muchos), sólo puede ser de izquierdas.

Un país donde puedo encontrar a la pantrista y el electricista de mi trabajo discutiendo en la escalera la diferencia entre la iglesia ortodoxa y la católica, donde el que me vende una cerveza me analiza críticamente la noticia que vio en el canal 23 de la visita de Obama, sólo puede ser de izquierdas.

La izquierda cubana es hoy mucho más incómoda, porque incómodo es el momento en que vivimos. No está siempre en la militancia clásica, de gente dispuesta a darlo todo, pero sí de gente dispuesta a dar mucho si es creíble y auditable el proyecto. Muchas veces no lleva un carné y a veces ni sabe que es de izquierda, son sus sentimientos y sus compromisos quienes le delatan. No es una izquierda que basa su militancia en la fe, sino en la convicción.

Hay, a la vez, un ascenso visible y preocupante de la derecha o del apoliticismo que termina haciéndole el juego. Las razones están en la globalización y los cambios económicos del país, pero también en el hecho de que nuestra izquierda está hoy esquinada (material y espiritualmente) y dispersa.

Entre la precariedad que acompaña la vida de los que no quieren ganar más a cualquier precio y la dañina sospecha al pensamiento diferente, una zona no despreciable de nuestra izquierda está siendo poco a poco marginada, desechada. En cierto modo, estamos exportando nuestra izquierda. Y hay un sentimiento de dispersión y de no tener cómo ayudar que muchas veces contribuye al cansancio.

Si hay un momento en la historia de Cuba en el que la gente debería quedarse a ver qué pasa, es este. Por primera vez en 60 años empezamos a tener relaciones con Estados Unidos, hemos renegociado la mayor parte de nuestra deuda externa, están llegando los turistas (y sus euros) por montones, los intereses foráneos por invertir están ahí esperando y ha comenzado un proceso de cambios que, más lento de lo que quisiéramos, tiene un sentido claramente irreversible.

Nunca como ahora hemos tenido herramientas para hacer con nuestro futuro lo que nos da la gana. Sin embargo, la gente se sigue yendo porque no hemos sabido capitalizar el momento, porque la economía está cambiando mientras la política acumula telarañas.

Refundar la política no es tarea fácil, pero tampoco es muy difícil. Hay un primer paso, medular, que es empoderar a nuestra izquierda, ponerla de moda nuevamente, cohesionarla sin sectarismos ni sospechas, darle espacio a participar sin condiciones, sabiendo que va a ser incómoda (porque entonces no sería izquierda) y que esa es, además, su principal virtud, su mejor contribución.

La izquierda está ahí y no hay que despertarla, aunque siempre se puede empujar más. Quienes deben despertar y/o refundarse son nuestras estructuras políticas, porque el tiempo pasa y hay oportunidades que no se dan dos veces.

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