viernes, 13 de junio de 2014

El viaje más largo de un periodista

Leonardo Padura, Especial para BBC Mundo

En octubre de 1980, apenas graduado como filólogo por la Universidad de La Habana, comencé a trabajar en la que muy pronto se convertiría en la revista cultural más importante de su momento en Cuba: El Caimán Barbudo.

Allí estuve hasta 1983 cuando, por una crisis interna en la publicación, fue desmembrado el equipo de aquel "Caimán" y fui a parar a la redacción del vespertino Juventud Rebelde (JR), otra publicación regida por la Unión de Jóvenes Comunistas: allí, se suponía, debían reeducarme ideológicamente.

Y en realidad en JR me reeducaron, o mejor, me educaron: porque fue allí, en la redacción del periódico, donde el filólogo que escribía críticas de libros y de obras de teatro, debió hacerse periodista a marchas forzadas.

Quizás el mismo hecho de no tener formación académica periodística fue la clave que me obligó a buscar alternativas para las crónicas y reportajes que comencé a publicar en el diario y que muy pronto, por decisión de los directores del periódico, me llevaron a formar parte del llamado "equipo especial" que recibió una misión que esos directivos creían necesaria: hacer amena, legible, buscada la edición dominical de JR... Corría entonces el año 1984.

Seis años después (uno de los cuales lo pasé trabajando en Angola como corresponsal) terminé mi relación laboral con JR para volver a mi redil –la prensa cultural, ahora como jefe de redacción de La Gaceta de Cuba, donde laboré hasta 1995.

Pero de aquel período entre 1984 y 1990 quedó en mi trabajo como periodista –labor que nunca he abandonado del todo- y en la crónica de la prensa cubana revolucionaria un hito que todavía hoy se evoca dentro y fuera de Cuba: el del periodismo literario que practicamos en JR y que significó un soplo de aire fresco en la prensa cubana del último medio siglo.

Si en un comentario que se supone de actualidad me voy a ese pasado ya casi histórico, es porque recientemente presenté en las ferias del libro de Buenos Aires y de Madrid, las ediciones argentina y española del libro que armé y publiqué en Cuba (Ediciones Unión, 1994) con una selección de aquellos "reportajes literarios" escritos hace alrededor de 30 años para las ediciones dominicales de JR.

Ha sido para mí, como periodista, una mezcla de placer y de sorpresa ver cómo en distintas partes del mundo (el próximo lugar será Francia) todavía hoy se publica y lee aquel periodismo mestizo y hereje que, junto a otros colegas, concebimos como forma de movilizar y transformar una prensa excesivamente formal y como gancho para atraer a los lectores a través de una estrategia periodística en la que tan importante eran los hechos narrados como las estructuras narrativas empleadas, la creación de personajes y, sobre todo, el uso de un lenguaje más literario que periodístico.

Ya se sabe que la función esencial del periodismo es la de informar y analizar. Y que en su esencia, suele estar su condena: la información del día siguiente suele matar a la del día anterior, o invalidar el análisis precedente.

El periodismo, entonces, no suele gozar del privilegio de la permanencia –aunque para la investigación histórica una forma de conocer el pasado puede ser ese tipo de periodismo, por lo que en su momento dijo... o dejó de decir. Pero el periodismo puede ser también disfrute estético, reflejo de una época, historia contada a breve escala pero con sentido de trascendencia.

El viaje más largo, aquella colección de reportajes que zapateando toda la isla, entrevistando a tipos estrafalarios o a especialistas en diversas materias, buscando en bibliotecas y archivos los entresijos de la historia no oficial, ha recorrido pues su propio y largo viaje literario y periodístico, para llenarme de sano orgullo al comprobar lo que puede hacerse desde un oficio a veces tan menospreciado, considerado un arte menor por otros colegas del gremio literario.

Pero El viaje más largo es, además, el testimonio de lo que fue una etapa fecunda del ejercicio periodístico en Cuba, un momento mágico que cerró su ciclo vital con las carencias que se agolparon durante los inicios de los años 1990, y que comenzaron, justamente, por la falta del papel llegado a Cuba desde la URSS y que decretó el fin –temporal o definitivo- de muchas publicaciones o la drástica reducción de los espacios físicos de otras –en un momento en que no existía siquiera la alternativa de la prensa digital.

Ha pasado casi un cuarto de siglo desde que escribiera el último de los reportajes que reúne mi libro. Un cuarto de siglo en el que no se ha vuelto a intentar un ejercicio de intenciones y estilo como el que se concretó entonces.

Por el contrario, la prensa cubana sufrió las consecuencias negativas que emanaban de una economía en crisis y, en su propia existencia, vivió su crisis particular. Tan profunda y dilatada ha sido esa contracción que incluso las máximas instancias políticas y gubernamentales cubanas han hecho públicas sus opiniones sobre una prensa aburrida y poco funcional, asediada por los secretismos, distante aun de las exigencias de un tiempo de cambios como el que se vive en Cuba.

Hace 40 años, durante un seminario sobre Nuevo Periodismo que impartió en Cuba el escritor y periodista mexicano Paco Ignacio Taibo II, este afirmó que Cuba era un país con excelentes periodistas pero con un pésimo periodismo.

Hoy la afirmación de Taibo todavía tiene validez. Es frecuente leer en medios oficiales cubanos, nacionales o provinciales, excelentes productos de profesionales cubanos de la prensa. Pero las excepciones nunca hacen la regla y la prensa cubana de hoy está más exigida que nunca de vivir al ritmo y a la identidad del país para el que debe trabajar.

Tal vez no con reportajes sobre la historia del barrio chino habanero o sobre la vida y muerte de un célebre proxeneta de principios del siglo XX, pero sí con la creatividad y búsqueda de alternativas que entonces practicamos los reporteros del "equipo especial" de JR, que contaminó el estilo de toda una publicación y de una parte de la prensa cubana.

Y me siento satisfecho de haber sido parte de ese logro y de andar hoy por Argentina o España presentando mis viejos reportajes de una época en que, con libertad y confianza, derribamos tantas barreras.


 

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