jueves, 26 de junio de 2014

El silencio de los bailarines

Tomado de Progreso Semanal, por Lauren Cleto

El 15 de abril Manuel Amalfitano* amaneció tirado en el suelo de una pequeña sala de emigración fronteriza. Más de 40 personas intentaban descansar acurrucados en sus maletas o abrigos. La mayoría permanecían sin bañarse, mal comidos y con rostros demacrados por la travesía, el temor o la tristeza.

Las madrugadas en la frontera de Nuevo Laredo -Tamaulipas- suelen ser muy frías. Al menos así fueron las de Semana Santa, cuando llegó Amalfitano tras no regresar a La Habana, después de una gira artística en México.

En Nuevo Laredo, al sur del Rio Bravo, hay un largo puente de aluminio cercado que cruzan o intentan cruzar a diario cientos de personas. El lugar está asegurado por guardias, detectores, infrarrojos, pastores alemanes, cercas, alambres de púa y cámaras de video. El camino sobre el puente parece interminable.

Manuel Amalfitano  no ha tenido que contar esta historia. Los dos estuvimos frente a frente el 15 de abril, los dos dormidos sobre las mismas lozas negras sucias y a los dos se nos esposó una mano al declarar. Juntos nos espantamos con los relatos  de los guantanameros que se habían  lanzado al mar el 27 de diciembre de 2013 en una embarcación con motor de tractor y habían anclado en Honduras para recobrar fuerzas y dinero antes de llegar a México; o con los que desde Ecuador cruzaron ocho fronteras  para luego entenderse con rastreros y el espíritu santo y llegar al norte del territorio mexicano.

Nunca le pregunté a Amalfitano qué hacia allí. En esas condiciones y en ese punto, ninguno necesitaba razones. Solo nos saludamos, él me vio temblar y me regaló uno de sus abrigos.  Noté que nos miraban. Nos dimos un abrazo y terminamos de conversar. Volví a mi maleta cerca de la puerta y a un paso del guardia de entrada. Él se acostó sobre sus bultos, con la cara tapada y, supongo yo, en algún momento habrá llorado. A Manuel Amalfitano  lo esperaban unos amigos. Él y yo nunca nos volvimos a ver.

Hace apenas dos semanas, ocho de sus compañeros abandonaron el Ballet Nacional de Cuba (BNC) en Puerto Rico, tras una fuga básicamente planificada. Al suceso le sobran las opiniones encontradas, los análisis personales-políticos y las interrogantes de qué podría estar generando las continuas despedidas en la compañía de ballet más prestigiosa de la Isla. A diferencia de este grupo, Amalfitano  no concedió entrevistas, quizás por voluntad propia o desconocimiento de la prensa. El joven ha querido guardarse los motivos o simplemente decidió enterrarlos. Hay en el silencio sobradas razones.

Hoy, después de tanto leer sobre estos muchachos pienso en Lorna Feijó, José Manuel Carreño e incluso Carlos Acosta. Cuando ellos abandonaron el proyecto artístico cubano, mediante contratos o becas, muy pocos fuera del BNC cuestionaron la decisión. De hecho no sabemos con certeza los términos de esa despedida. Yo solo sé que necesitamos de mucho tiempo para verlos nuevamente en la escena cubana, a pesar de que asistían a casi todos los Festivales de Ballet de La Habana. Y cuando al mundo le sobraron los premios y halagos para estos bailarines, felizmente Carlos Acosta regresó con Tocororo, luego con el Royal Ballet y José Manuel Carreño junto al American Ballet Theater o quizás antes, pero estos fueron momentos cumbres. Sin embargo a Lorna nunca la volvimos a ver, aunque intuyo las razones.

Probablemente ninguno de estos ocho jóvenes será como ellos. Es casi imposible ser Lorna, José Manuel o Acosta, no por las condiciones físicas que de por si son superables, sino por la danza, la sagacidad, la inteligencia. A ellos solo les queda desgastarse en la escena para no tener que renunciar a sus sueños, entregarse mil veces más de lo que alguna vez hizo Alicia, Lorna, José Manuel o Acosta mientras recorrían el mundo haciendo una carrera como bailarín.

La prima ballerina asolutta está en lo cierto. Hay jóvenes que "se deslumbran creyendo que van a tener un futuro prometedor y, estadísticamente, la mayoría de los que abandonan la compañía se frustran y quedan en el camino". Tantas luces pueden ser engañosas y no siempre el futuro es como el que se predice en la distancia. La realidad puede atrabancarte en la esquina y de ahí nunca más dejarte salir.

Pero hay quienes, muchos, luego de bailar en Cuba incansablemente llegan a los Estados Unidos y también encuentran espacio. Amalfitano superó el momento de incertidumbre y logró despertar el interés de los directivos de una compañía de danza, quienes le extendieron un contrato de trabajo. Si hubiera que agradecer, ineludiblemente, habría que mencionar a la Escuela Nacional de Ballet que hace milagros y no deja de formar extraordinarios muchachos, incluso al BNC, aun cuando no cesan las fugas y las razones se tornan ineludibles. Sin embargo, los bailarines evitan las confesiones. En la sede de Calzada y D las rutinas permanecen inmóviles y cada gira trae un suceso que lamentar.

El equipo de Progreso Semanal conversó con Mónica Gómez, cuerpo de baile A del BNC y una de las ocho jóvenes que viajó desde Puerto Rico. Mónica tiene 21 años y aún carece de una estrategia para subsistir en los Estados Unidos. Al igual que sus compañeros espera por el parole que le permitirá la ayuda económica y alimenticia antes de enviar su currículum (fotos, videos) a diferentes compañías a lo largo del territorio. Hoy en la calma que ineludiblemente depara el tiempo acepta hablar con nosotros.

-¿A qué le temes?

-Terminar haciendo otra cosa que no sea ballet clásico. A no estar en una compañía. No me molestaría estudiar. Pero el ballet es lo que he hecho toda mi vida. Porque si vine para aquí es para progresar en eso, porque si no, no hubiera venido. Bueno también para ayudar a mi familia. Pero si no lo lograra, me lo podría reprochar.

-¿Estás consciente de que Miami puede no ser el punto final? De que es probable que para seguir tus sueños tengas que irte a otro estado, donde encontrarás la soledad que nunca has experimentado.

-Lo sé. Todo esto es nuevo para mí y por el momento mi familia me va a ayudar. Me dicen que las mejores compañías están en el norte. Dicen que el Boston y el Washington. A mí me gusta mucho San Francisco. También está la de José Manuel Carreño (San José Ballet) y me gustaría muchísimo estar allí. Por el momento, iré al Jackson, Mississippi para que el director del Washington nos vea y ojalá se interese. Aquí el Ballet Clásico Cubano de Miami no nos puede asegurar un futuro. Son muchos los que han llegado y solicitan ayuda. Por ahora solo podemos recibir clases.

-¿Dónde vivías?

-Yo vivía en Arroyo Naranjo, en el Capri.

-¿Y cómo llegabas al BNC?

-A veces mi papá me llevaba. Pero yo destinaba todo el salario para ir en taxi.

-¿Has hablado con tus padres?

-Sí….

-¿Qué te dicen?

Mi mamá me da consejos. Me pide que me porte bien, que no salga a fiestas. Yo le digo: sí mami, yo estoy puesta para las cosas. Yo no estoy en nada de eso.

-¿Y tú papá?

-Él piensa que todo es malo. Que voy a pasar mucho trabajo. Allá en Cuba yo pasaba trabajo, pero ellos siempre trataron de dármelo todo. La gente allá le echa miedo y le dice que esto es muy difícil. Pero qué cosa en la vida no es difícil.

-¿Qué cambió al entrar a la compañía?

Para mí la Escuela Nacional de Ballet fue la mejor etapa de mi vida. Fue donde gané mis premios en concursos nacionales e internacionales. Viajé mucho. Tenía a la profe Martha Iris (Fernández) arriba de mí todo el tiempo. En la compañía tienes que velar por ti mismo y los bailarines estamos como presos y tenemos que bailar casi por amor al arte. El dinero no lo es todo, pero una tiene que vivir. Pero así está toda Cuba. Es muy lindo, bailamos, a todos les gusta, pero nosotros qué. El BNC se está cayendo. Al techo del comedor se le ven hasta las cabillas, el salón de 5ta y A está fatal. Ya el colmo era que teníamos que comprarnos las zapatillas, porque las que nos daban estaban muy malas. Aunque ahora aprobaron la compra de las Gaynor y las van a empezar a repartir.

-¿Cuánto dura una Gaynor Minden?

-A nosotros nos tendría que durar un año, porque son carísimas. Pero a una bailarina principal, supongo que le tengan que dar como mínimo dos pares.

-¿Cómo es la relación con Alicia Alonso y Pedro Simón en la compañía?

-Era una relación lejana, pero ella siempre iba a los  ensayos. Ella fue una gran bailarina. Es internacionalmente reconocida y le agradecemos el tener la compañía. Pero ya es una señora mayor que no ve lo que pasa a su alrededor. Ella solo escucha lo que le dicen y no sabe las necesidades de sus bailarines y se enfoca mucho en lo que pasaba y en cómo se vivía antes, pero ya ese tiempo pasó. Son tiempos totalmente diferentes. No, no quiero hablar de Pedro.

-¿Consultaste con tus padres antes de tomar la decisión?

-A mis padres les dije que en algún momento esto podía suceder. Y Puerto Rico era una oportunidad segura. En el BNC cada vez hay menos posibilidades de viaje y siempre bailábamos lo mismo. Sentí que estaba perdiendo mi tiempo. Hay gente que me dice que debía haber esperado un poco más. Pero esta era una buena oportunidad y yo estaba decidida. Le pregunté a otros bailarines que se habían quedado antes y todos me decían que era la mejor decisión que iba a tomar en mi vida.

En muy poco tiempo, la historia de estos muchachos pasará al olvido. En Cuba y en todas partes del mundo, ninguna tormenta es eterna.

A Mónica Gómez y a Manuel Amalfitano los une la danza, un país y la soledad. Ambos dejaron atrás la familia, las raíces, los padres, lo único que les era incondicional. Algún día alguien les preguntará qué hacen tan lejos de los suyos. Y es probable que contesten algo parecido a lo que una vez respondió Carlos Acosta a Wendy Guerra. "Me he preguntado eso todos los días de mi vida, desde que gané en el concurso en Lausana, me pregunto si vale la pena estar fuera y dejar de ver a la familia, de estar en mi casa, la que he hecho a mi gusto frente al mar. Tengo 33 años y no me contengo el deseo de querer verlos llegar o esperar en la puerta trasera de los teatros donde bailo. Cuando se acaban los autógrafos y salgo, cuando los amigos y colegas se van, sigo sólo y eso es muy duro".

*Manuel Amalfitano es un seudónimo utilizado para respetar el anonimato requerido por el bailarín.



 

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